miércoles, 30 de mayo de 2012
El Formato de los Libros
Aunque entre libreros va extendiéndose de forma irreversible la ordinariez de medir el formato (vaya olvidando la palabra tamaño, ya que aquí no estamos hablando de la longitud de los miembros viriles) en centímetros, todavía es frecuente encontrar en numerosas bibliografías, catálogos y publicaciones especializadas la denominación de los formatos basándose en el antiguo papel de tina, que se fabricaba a mano, en moldes o formas, y cuya medida era, habitualmente, de 32 x 44 cm
Así, según el número de veces que se doblaba la hoja para formar un cuadernillo correspondía a un formato que, por otra parte, tenía que ver con el tema tratado por el libro. Así, los libros de consulta destinados a ser leídos o consultados sobre un pupitre se imprimían en gran formato (folio), mientras que las obras literarias, tratados de divulgación, obras de controversia y ediciones de clásicos griegos y latinos utilizaban el cuarto y el octavo, por ser estos más manejables.
En 1797 se inventa en Francia, por Nicolas-Louis Robert en colaboración con Saint-Léger Didot, la máquina continua para la fabricación del papel continuo o de bobinas que proporcionó una gran diversidad de tamaños, por lo que fue imposible mantener las antiguas denominaciones de los formatos basadas en el papel de tina.
Esto, respecto a la definición de los formatos de los libros, acabó por complicar las cosas. Efectivamente, si hasta ese momento, según el país, e incluso según el autor que tratara la materia, ya había una gran ambigüedad para precisar, por ejemplo, cuantos centímetros correspondían a un tamaño octavo (para Alemania hasta 25 cm, para Italia entre 20 y 28 cm, para el Reino Unido 23cm, para España 16 cm), a partir de la máquina continua se cayó en la más absoluta inestabilidad para las denominaciones y las medidas.
Así, la siguiente tabla que proporcionamos no deja de ser una convención ya que cuando usted lea en un catálogo o en una publicación especializada octavo, por ejemplo, no sabrá nunca, con exactitud, de cuantos centímetros nos están hablando:
Gran folio más de 40 cm.
Folio mayor 35 a 40 cm.
Folio 34 cm.
Folio menor 30 a 33 cm.
Cuarto mayor 27 a 30 cm.
Cuarto 26 cm.
Cuarto menor 23 a 25 cm.
Octavo mayor 19 a 22 cm.
Octavo 18 cm.
Octavo menor 14 a 17 cm.
Dieciseisavo 12 cm.
Treintaidosavo 8 cm.
domingo, 20 de mayo de 2012
La Mecanica del Corazón* - Mathias Malzieu
Tal como dice el libro, "Este es un cuento para niños grandes", aunque menos inocente que "El Principito" por compararlo con alguno en esta categoría, pero con la misma fuerza. "La Mecánica del Corazón" nos narra una historia melancólica pero divertida, llena de personajes rotos, pero encantadores que se mueven al ritmo poético en el que está todo escrito. No solo nos muestra como es de mágico y doloroso el primer amor, sino que tan bien tiene la habilidad de rompernos el corazón al enfrentarnos a la realidad, mostrandonos la verdad de aquella fantasía, que incluso nosotros queríamos creer.
Lei esta reseña y quiero compartirla con ustedes:
"Este libro causó en mí un gran impacto, en la contraportada se menciona "Este es un cuento para niños grandes" por lo que casi cualquier persona podrá sentirse identificada con la historia principalmente por la temática amorosa. Este libro funde la realidad y la fantasía hasta llegar al punto de volverse casi imperceptible. Si al inicio pensé que era imposible imaginarme a mí misma con un reloj-corazón al final me di cuenta que todos llevábamos uno dentro. Quizás nos muestre, de manera algo trágica, la experiencia de un primer amor, pero estoy segura de que al final de sus páginas encontrarán un mensaje muy personal que es difícil de olvidar. Lo que más me ha atrapado de este libro es su realismo escondido en un mundo de "semifantasía" El cómo es que un cuento puede dejar en tu interior una marca tan grande de una realidad cruda pero muy hermosa"
No toques las agujas. Domina tu cólera. No te enamores nunca. La mecánica del corazón depende de ello.
En la noche más fría del siglo XIX, nace en Edimburgo, Jack, el frágil hijo de una prostituta. El bebé nace con un corazón débil y para salvarlo le colocan un reloj de madera al que habrá de dar cuerda toda su vida. La prótesis funciona y Jack sobrevive, pero debe respetar una regla: evitar todo tipo de emoción que pueda alterar su corazón. Nada de enfados, y sobre todo, nada de enamorarse. Pero Jack conoce a una pequeña cantante de ojos grandes, Miss Acacia, una joven andaluza que pondrá a prueba el corazón de nuestro tierno héroe. Por el amor que siente hacia la joven, Jack se lanzará a una aventura quijotesca que le llevará desde Edimburgo a París, a las calles de Granada, haciéndole conocer las dulzuras y durezas del amor.
AUDIOLIBRO
(Loquendo)
(Loquendo)
jueves, 10 de mayo de 2012
Como abrir un Libro
Podría escucharse caprichoso y excesivo, pero incluso para abrir un libro hay que tener cierto conocimiento. En fin, todo sea por conservar en la mejor calidad a nuestras pequeñas joyas literarias.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Escribir es lo más difícil del mundo
Hace poco encontré esta entrada en el blog de
http://dioptrias.net./ y me encantó, no solo por lo que dice, sino también porque yo había visto el capitulo, lo único que falto en este resumen, discutir la refencia que se hace a que en verdad hay muchas compañías editoriales que utilizan este método de escritura grupal para comercializar historias que luego nos venden bajo el nombre de un autor señuelo y que cada vez es más común, relegando así a los verdaderos autores.
El 20 de noviembre de 2011 se emitió en Estados Unidos el sexto episodio de la vigésimo tercera temporada de Los Simpson, titulado The Book Job. Bien. Este episodio nos interesa especialmente aquí, en Dioptrías; veamos por qué después de una breve sinopsis.
Por pura casualidad, Lisa conoce a T. R. Francis, la autora de su saga favorita de young-adult fantasy books; las referencias son evidentes. A Lisa le extraña enormemente que la escritora esté trabajando en un espectáculo local, disfrazada de dinosaurio. Francis no tarda en sacar a la niña de su engaño: no existe ninguna T. R. Francis, ella es sólo una actriz a la que contrataron para sacarse la foto que aparece en el guardapolvo, y su franquicia de libros de fantasía para adolescentes está escrita, pensando ante todo en el dinero, por un equipo de recién licenciados en Literatura a las órdenes de esmerados departamentos de marketing que estudian concienzudamente las tendencias, los gustos y las aspiraciones de los lectores más jóvenes. Lisa, destrozada y desencantada, se lo cuenta a sus padres, mientras Homer va trazando en su mente un maquiavélico plan: capitaneará un grupo de cinco escritores y entre todos darán forma a una nueva saga de fantasía young-adult con la que conseguirán un contrato de publicación de un millón de dólares. Lisa, molesta por los planes de su padre por, evidentemente, ir en contra de la novela como visión artística personal e intransferible de su autor, decide escribir su propio libro para demostrar a Homer y sus compinches (Bart, Skinner, Patty, Moe y el adorable nerd Frink, a los que se une pronto Neil Gaiman; un cameo sensacional) que el arte, enfrentado con el marketing, siempre gana.
El episodio entero es fenomenal (está armado alrededor de una parodia a Ocean’s Eleven que identifica la escritura a múltiples manos siguiendo los dictados del mercado con el atraco a un casino; no faltan tampoco el buen puñado de referencias geniales que suele ser norma en Los Simpson), pero me interesa especialmente la parte en la que ambos equipos, el de Homer y sus farsantes y el one man army de Lisa, empeñada en devolver una honestidad que cree perdida en la literatura juvenil, trabajan en sus novelas. El equipo de Homer tiene una rutina de trabajo profesional: hacen reuniones, brainstormings, sesiones de redacción y corrección en las que todos releen lo que llevan hasta pulirlo. Lisa, por su parte, trabaja de una forma que más de uno (si sólo soy yo, felicidades: sois los mejores) reconocerá: se sienta al escritorio para escribir pero, después de teclear en el procesador de textos Chapter 1, se da cuenta de que le falta un hilo musical que facilite el trabajo; al echar un vistazo a su colección de CDs, se da cuenta de que Bach está al lado de Muddy Waters e identifica en esa falta de orden un problema para su escritura: no puede llevar a cabo una redacción ordenada si está rodeada de desorden. Después de ordenar los discos, se sienta de nuevo (Chapter 1, se puede leer) y decide marcar una partida a un juego de ordenador como punto de inflexión: después de echar la partidilla empiezo a escribir, se dice a ella misma. Luego se entretiene haciendo castillos con lápices; luego, mirando una mancha en el cristal, que cómicamente se afana en limpiar de mil y una formas mientras en su pantalla sigue viéndose, huérfano de texto, el título del primer capítulo. Cuando el equipo Homer ha terminado de escribir el primer volumen de su saga fantástica (titulada The Troll Twins of Underbridge Academy), Lisa sigue dándole vueltas a qué carajo escribir, y sobre qué.
Esto me ha recordado a algo que Stephen King (mencionado también, por cierto, en el episodio, en uno de los chistes más desternillantes) dice en Mientras escribo, un libro con el que mantengo una tensa relación de amor-odio. No puedo citarlo con exactitud, pero King venía a decir que es mejor no ser demasiado tiquismiquis con las condiciones en que se escribe, y que si la ceremonia previa a la escritura de 1.000 palabras es tan compleja que no puede ser replicada en una habitación de hotel, una caravana o el cuarto de las escobas de un colegio, difícilmente llegará el texto a buen puerto. Aunque no explícitamente, de este episodio se extraen conclusiones similares: mientras que Lisa necesita tener su templo de la literatura perfectamente preparado para acometer la escritura de su novela, Homer y sus amigotes lo hacen en la barra del bar de Moe, en un comedor, encima de una mesa de billar y donde haga falta. El objetivo es escribir.
Cualquiera que haya escrito o esté escribiendo una novela tendrá que estar de acuerdo con Lisa cuando esta, desesperada, se arrodilla ante su cama y grita: Writing is the hardest thing ever! Es tan difícil que no tiene sentido, al final, ponerse zancadillas a uno mismo haciendo que el miedo de no escribir en las condiciones adecuadas sea un bloqueo fatal. A la escritura, como al toro, no hay que tenerla miedo: hay que respetarla.